Cuando los
niñ@s de 3 años ingresan en la escuela pasan del ambiente familiar, en el
que suelen ser centro de atención, a un ambiente desconocido en el que han de
compartir juegos, objetos, etc. con otros que aún no conocen, lo que supone para
ellos un gran cambio. El tiempo que se emplea para que los niñ@s asimilen
felizmente la separación de los lazos de apego e ingresen en la escuela de modo
satisfactorio es lo que llamamos período de adaptación.
Nos referimos a
un trabajo personal del niñ@: él es el protagonista y artífice de un proceso
que será diferente en forma y duración según las características de cada un@ (su manera de ser, experiencias previas, entorno familiar, etc.). Es el protagonista
de un conjunto de vivencias internas de gran complejidad que se traducen en
diversas conductas afectivas, relacionales, somáticas, etc. La función de los
adultos consiste en facilitar el proceso, pero la dirección pertenece al
niñ@; debemos dejarle encontrar su camino.
Este
desequilibrio que se produce necesariamente al inicio de la escolarización puede manifestarse de diversos modos: llanto, aflicción, ansiedad, angustia,
aislamiento, miedo a lo desconocido, pena, y otros sentimientos de inseguridad,
no saber qué pasará, cuándo volverán a por él, etc. Desde el centro, pretendemos que
de forma gradual vaya haciendo suyo el ambiente dentro de un clima de
seguridad, aprovechando cualquier momento para establecer una relación personal
con cada niñ@, en un intento por hacerle sentirse importante y único, y
respetando el ritmo y las necesidades de cada un@ de ell@s en este momento
tan importante de su vida.
Escuela y familia hemos de colaborar para que esta
nueva etapa resulte satisfactoria para tod@s.
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